
En aquel tiempo vinieron ante el rey Salomón dos mujeres disputándose un bebé.
Ambas decían ser su legítima madre y, no existiendo forma de solucionar la disputa, dijo el rey:
—Traed una espada!
Se la trajeron.
- Partid por medio al niño y dad la mitad a la una y la mitad a la otra.
Las mujeres se miraron y dijeron al unísono
—Partidlo
Y así se hizo.
El verdugo cortó al niño a la altura de la cintura.
El sabio rey entregó las mitades pero esto enfureció aún más a las mujeres, que ahora se disputaban la mitad superior de la criatura.
Viendo que la situación empeoraba y para evitar los murmullos de desaprobación (se comentaba que el Rey no era tan sabio) Salomón pensó medio minuto, y mandó trozarlo en cuartos.
El nuevo reparto originó una trifulca a la que se unieron los vecinos que, a viva voz, defendían a una y a otra.
Harto, el rey las hizo decapitar. A las dos.
Hecho esto, intercambió los cuerpos, las cabezas y las partes del niño. Mandó a servir los tres corazones en una fuente de plata. Se los comió, delante de todos.
La discusión había acabado, quedando intacta su autoridad y a salvo su proverbial sentido de la equidad.
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