

Llego a mi casa, y cuando intento abrir, noto que me olvidé las llaves y entonces toco el timbre.
Mamá responde por el portero eléctrico y le digo que soy yo.
Y me pregunta que quién yo y yo le digo que soy yo, Alejandro.
Ella cuelga el intercomunicador y al parecer sale, pero el que abre la ventanita de la puerta es un tipo igualito a mí.
En ese momento absurdamente pienso: ahora viene esa historia de que yo no soy yo porque soy el clon de mí mismo y toda esa boludez de las películas de ciencia ficción.
Mirá —le digo al pibe—, ya mismo te vas a la mierda si no querés que te cague a trompadas.
El chabón se queda pensando y dice algo supuestamente inteligente para tratar de confundirme (al fin y al cabo es igualito a mí), pero lo que dice son estupideces de pendejo recién salido de la pubertad.
Y hasta ese momento me doy cuenta de que el pibe soy yo pero hace quince años, y que para la situación extraña, estoy comportándome sereno (es decir, el otro yo, el pibe que habla conmigo).
Me despido y le deseo buena suerte, porque si me quedo es posible que no esté preparado para verme y perdonarme lo que fui.
Alicante, 21 de Julio de 2006, 2:52 AM
Naturalmente Borges lo escribió antes y mejor, y Dolina lo contó genial en el '86, pero tenía que intentarlo
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