Llegué temprano al trabajo ayer.
Me puse a mirar blogs al azar.
Vi que todos habían puesto algo acerca del atentado del 11 de Septiembre.
"Muy bien" pensé, y no sé si fue un ataque de pereza o un modo de ser original, me dije que iba a colgar algo del 12-S.
Porque el 12-S es el día de la esperanza. Sin mariconadas, de la esperanza. De saber que hay un día más. Donde una nueva luz (siempre hay una nueva luz) aparece.
Donde volvemos a creer. A pesar de la catástrofe, del olor a muerto.
El olor a muerto.
Tuve la maldita suerte de estar a 4 cuadras del atentado de la AMIA aquel día. Y de trabajar en un despacho de abogados de origen judío. Por consiguiente sentí que ahí debía estar, ayudando a quitar escombros. Aunque haya sido un estorbo en vez de una ayuda.
He olvidado casi todo, las caras, los gritos de dolor, la gente, la policía que nos echaba, mi traje beige lleno de tierra.
Pero nunca, jamás, aunque me torture la Inquisición (o Camps, no sé que es peor), olvidaré esos olores. El olor a polvo y muertos.
El olor de nuestra condición humana.
Hoy es 12 de Septiembre. El día después.
El primer día del resto de nuestras vidas.
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